En Bolivia, la industria farmacéutica ha asumido un rol clave en la salud pública, apostando por un abastecimiento continuo de medicamentos de alta calidad. Cada fármaco comienza con la selección rigurosa de materias primas importadas que cumplen los más altos estándares internacionales. Este proceso no solo garantiza la eficacia terapéutica y seguridad del producto final, sino que representa un compromiso ético con la vida y el bienestar de la población.
El contexto económico adverso, marcado por la escasez de divisas y el encarecimiento de las importaciones, ha exigido una reingeniería constante en los procesos logísticos. Aun así, la producción nacional mantiene estrictos controles de calidad y altos niveles de tecnología e innovación. La industria asegura que, desde la cadena de suministro hasta la entrega al paciente, nada queda librado al azar. La calidad, subrayan, no es negociable.
Este esfuerzo, que se alinea con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, no solo garantiza medicamentos eficaces, sino que también fortalece la economía local. Sin trasladar completamente los costos al consumidor, los productores priorizan la sostenibilidad, el empleo digno y el desarrollo social. Elegir productos farmacéuticos nacionales, afirman, es una forma concreta de apostar por un país más justo, resiliente y soberano.
